28 mayo, 2018

Una esclavitud voluntaria



Si él te dijere: No te dejaré; porque te ama a ti y a tu casa, y porque le va bien contigo; entonces tomarás una lesna, y horadarás su oreja contra la puerta, y será tu siervo para siempre. Deuteronomio 15.16-17a

Joel Beeke y Mark Jones, comparten esta historia en su libro: A Puritan Theology (Una teología puritana), quizá ya conocida para algunos, pero que hace unos días volvía a ser de gran consuelo y gratitud al considerar lo que sucede cuando nos es dada la fe para creer y voluntariamente ir a Cristo, quien pagó por mis pecados:

Un adinerado hombre inglés fue a California en los 1850 para enriquecerse durante la fiebre del oro. Después de mucho éxito, se fue para regresar a Inglaterra. Se detuvo en New Orleans en su camino a casa, y, como todos los turistas solían hacer entonces, visitó la infame cuadra para el comercio de esclavos.

Conforme se acercó al lugar donde las personas eran vendidas por dinero, vio a una bella joven africana, de pie en la cuadra. Él escuchó a dos hombres que estaban tratando de vencer la apuesta del otro por esa mujer, hablando de lo que harían una vez la compraran. Para su sorpresa el inglés se unió a la subasta duplicando el precio.

El subastador se asombró. “Nunca nadie había ofrecido tanto por un esclavo”, dijo.

Después de comprarla, el inglés caminó para tomarla. Cuando la ayudó para bajar, ella le escupió el rostro. Él se quitó la saliva y la llevó a un edificio en otra parte de la ciudad. Ella veía sin entender mientras él llenaba unos formularios. Para su asombro, él le dio unos documentos de manumisión* y le dijo: “Ahora, ya eres una mujer libre”. Ella le escupió el rostro nuevamente.

“¿No entiendes?”, le preguntó, al quitarse la saliva otra vez. “¡Eres libre! ¡eres libre!”.

Ella le miró fijamente con incredulidad por un largo rato. Ella entonces cayó a sus pies y lloró, y lloró todavía más. Finalmente, ella levantó su mirada y preguntó: “Señor, ¿es cierto que usted pagó más que nadie para comprarme como una esclava solo para dejarme libre?”.

“Sí”, respondió con calma.

Ella lloró aún más. Finalmente, ella habló: “Señor, solo tengo una solicitud, ¿puedo ser su esclava para siempre?”.

Comentan los autores:

Esto ilustra la clásica enseñanza puritana: Ven a Cristo Jesús, pues Él no echará a ninguno de los que van a Él. Solo Él los ha comprado con el precio de Su propia sangre. Solo Él puede librarlos de la esclavitud al pecado y la muerte. Solo Él puede guiarlos a la vida eterna. Y al hacerlo, Él los dispone y prepara para vivir para Él, como sus esclavos voluntarios en esta vida y para siempre.

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*Manumisión: Esto es, carta de emancipación, libertad.

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