07 abril, 2011

Un cuento: El orador

II


-¡Es ese! (decía mi mamá señalando la pantalla de la televisión)
-¿Quién es?
-Es el esposo de Zutanita, ella me contó el otro día que él salía en este programa cada semana

El susodicho estaba orando en un canal de corte evangélico (en teoría, o al menos si se le compara con Enlace TV). Y así me enteré de ellos. Tuve la oportunidad de conocerles más cercanamente cuando ocuparon que diera unas clases de matemática a su hija. Lo que me llamaba la atención es que para esa fecha ya había pasado tiempo que él había dejado de aparecer en ese programa. De hecho, no creo que se congregaran en algún lugar dado que me preguntó si donde yo iba había clases para sus hijos. Era notorio que había habido un estancamiento, tal como su carro que ya tenía meses que lo tenía varado. Es más, hasta la fecha no sé a qué se dedicaba antes de atender la mini-pulpería que montaron en la casa, aprovechando que El Balcón tenía cambio de dueño. Pero el negocio daba la misma pinta que el carro, que él mismo y en especial cuando daban ganas de regalarle una Gillete Mach 3. Un hombre sin autoridad, sin voluntad.

El pensamiento era casi inevitable: ¿Cuánto tiempo más estará la esposa con él? Ella se mantenía estable en su trabajo y siempre atenta a su presentación personal y conforme se oxidaba el auto estando a la intemperie, la pulpe se iba de pique y él más acabado. ¿Quién pensaría que era el mismo que oraba por las mañanas por las peticiones y necesidades de otras personas?

A ella se la ve ocasionalmente, ya sea saliendo o regresando del trabajo. La hija en esa edad adolescente rebelde, coqueteando. Y él, al igual que el pequeñín, ni rastro, desaparecieron de este lugar como el carro oxidado. Un hogar partido, como la elegante ventana polarizada que los niños del barrio dañaron con la bola.


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