31 marzo, 2018

Resurrección VII

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De la mano del Seol los redimiré, los libraré de la muerte. Oh muerte, yo seré tu muerte; y seré tu destrucción, oh Seol; la compasión será escondida de mi vista. Oseas 13.14

Para los cristianos en particular, la muerte representa una separación temporal del cuerpo y del alma, pero aguardamos un día donde estos cuerpos se levantarán gloriosos porque así como Cristo resucitó nosotros resucitaremos con él. Muchos estaban poniendo en tela de duda la resurrección en la iglesia de Corinto, y Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, reconoce en las palabras de Oseas, no solo el juicio, sino también la esperanza: [1 Co. 15.55]. Aunque Dios no libró a Efraín, ciertamente tenía y tiene el poder sobre la muerte, y citando de la Septuaginta conecta y concluye que la muerte de la muerte es la resurrección de Cristo, como también dijo Isaías: Destruirá a la muerte para siempre.

Dice un comentarista (D. Stuart):

Israel obtuvo lo que merecía como la paga de su pecado: la muerte [Ro 6.23]. Pero el verso 13.14 de este mismo pasaje es extraído por Pablo en 1 Co. 15:55 para recordar al creyente que la dádiva de Dios ha invertido el patrón usual [Ro. 6.23b: Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro]. Una profecía que anunciaba el inicio del castigo para los ofensores en Os.13 se reutiliza para recordar a los seguidores de Cristo que, aunque el viejo pacto (νόμος "ley") garantizó la muerte a los rebeldes (1 Co. 15:56) el nuevo pacto en Cristo proporciona victoria sobre la muerte. Cristo sufrió de una vez por todas la plena fuerza de las maldiciones del viejo pacto y por su propia satisfacción de la ley a través del pago de su pena ha hecho que el poder de las plagas del antiguo pacto sea ineficaz contra el cristiano. La recompensa de la resurrección de los creyentes para vivir eternamente con Dios reemplazará en el nuevo pacto el castigo de la muerte y la destrucción que se aplicó a Israel en el antiguo pacto. Todos los que están en Cristo pueden decir con Pablo: “Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Co. 15:57).

Salvo que Cristo venga antes, todos nosotros moriremos como consecuencia de la caída en Edén, pero los que estamos en Cristo podemos decir: que el morir es ganancia, que el morir es estar con Él para siempre y que la prueba definitiva de la victoria de Cristo sobre la muerte se verá en el día de su regreso cuando nuestros cuerpos deshechos vuelvan a la vida.

Esa es nuestra esperanza. Yo no dejo de asombrarme cuán poco entendía las implicaciones de la resurrección de Cristo y que mi mismo cuerpo, deshecho, volvería a la vida, es una verdad maravillosa, es una verdad para el pueblo de Dios. ¿Cómo entonces vivir en la obstinación del pecado? ¿Cómo persistir en buscar ayuda fuera de Dios cuando Él ha dicho: Fuera de mí no hay quien salve?

El que no tiene esa esperanza, solo vive para el ahora: Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos que mañana moriremos. Viva para sus deleites, viva para sus ídolos, que le aguardará no solo la muerte en esta tierra, sino también la muerte segunda en el lago de fuego y azufre.

Pero quien ha sido salvado vive aguardando ese día, nos dice el Señor por medio de Pablo: hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.

Lo vale todo vivir para el Señor. No vivimos una esperanza vana. Es real. Cristo resucitó, la tumba no le venció y con ello, su vida y su muerte, no solo garantiza nuestro perdón de pecados, nuestra justicia, y el motivo para vivir vidas santas, sino que también nuestra glorificación en el día final. ¿Aguarda usted ese día? ¿Será la resurrección del día postrero para vida o para su condenación?





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