Así dijo Jehová: Guardad derecho, y haced justicia; porque cercana está mi salvación para venir, y mi justicia para manifestarse. Isaías 56.1
Isaías 56 inicia con una afirmación alentadora: Todo aquel que guarde el derecho, esto es, que sea honesto e imparcial en su trato (otra expresión sería, que trate con equidad), y que haga justicia, es decir, todo lo que es conforme a la ley de Dios está cerca de la salvación.
La idea es reforzada en el verso siguiente: Bienaventurado el hombre que hace esto, y el hijo de hombre que lo abraza. De inmediato, vuelve a aludir a guardar la ley: que guarda el día de reposo para no profanarlo, y que guarda su mano de hacer todo mal.
Pareciera entonces que solo bastaría con ser diligente en guardar todo lo anterior para nosotros hallar el favor de Dios, para ser bienaventurados (felices, gozosos), para ser salvos, ¿es esto salvación por obras?. Sin embargo, los versos siguientes nos muestran que hubo a quienes estas noticias no significaron alegría: Los extranjeros y los eunucos.
Aunque estos extranjeros nos son descritos como unos que se habían comprometido con el Señor, que buscaban seguirle (v. 3), lo mismo con los eunucos que procuraban fidelidad, ambos sabían algo: su condición era la misma. Sabían que por más que se esforzaran por guardar cada mandamiento y por guardar cada día del Señor, en no profanarlo ni hacer mal, serían siempre extranjeros, no importaba cuánto buscaran trazar su origen a Abraham o a uno de los hijos de Jacob, no eran del pueblo por nacimiento ni circuncidados al octavo día.
El eunuco, asimismo, sabía que sería un árbol seco irremediablemente (v. 3), que nunca tendría herencia. Ellos reconocieron que al final de cuentas ninguno podía reclamar a Dios derecho alguno, más bien, estaban por defecto excluidos (Dt. 23.1-3).
Sin embargo, Dios insiste en que guarden su día y que lo sigan y que lo amen (v. 4, 6), ¿por qué? ¿Por qué podrán ellos guardar su ley perfectamente? No, nadie puede guardar perfectamente la ley, ni los mismos israelitas (Is. 48.8).
Dios deja en claro la razón: por su promesa, por la propia palabra que Él ha pronunciado: porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos. (v. 7). Lo anunciado a Abraham fue solo el anticipo, pero por él serían benditas todas las naciones (Gé. 12.3). Lo que estos eunucos y extranjeros debían recordar es que la base de esta invitación no era porque ellos fueran mejores que los israelitas o mejores que otros extranjeros, sino que porque Dios es fiel a Su palabra y a su pacto, uno que se complace en salvar, pues es una obra enteramente suya:
Es Él quien da lugar en su casa, quien da nombre perpetuo (vida eterna), quien nos lleva a su santo monte, que se recrea en nuestras oraciones, Él es quien reúne y junta a los suyos (v. 5, 7, 8) , y si tuviéramos que preguntar, la respuesta sigue hallándose que antes que faltar a Su Palabra, Dios ama su propio nombre.
Ciertamente en el antiguo pacto solo se vio una sombra de lo que vendría, pero con todo, las evidencias de extranjeros siendo llamados está presente (Rahab, Naamán, Rut, la viuda de Sarepta, por citar algunos). Pero cuando Cristo vino, Él vino a derribar toda barrera, o esa pared intermedia descrita que había entre gentiles e israelitas (Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación Ef. 2.14).
De tal manera, que el Apocalipsis narra la salvación de un pueblo de toda tribu, nación, lengua, adorándole por siempre.
"-¿Qué de los mandamientos?", dirá alguno. Esto solo expresa que todos los que hemos sido traídos por Dios perseveramos en agradarle por amor, una obediencia por un favor inmerecido.
¿Cuál es tu esperanza hasta el día de hoy? ¿Ser aceptado por los insuficientes méritos de una obediencia imperfecta o por que por fe crees en la sangre del Cordero que nos hace cercanos a los que una vez estuvimos lejos (Ef. 2.13)?
A Dios sea la gloria.
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