02 junio, 2011

Un cuento: Para darle gusto a la lengua



IV


Recuerdo una broma en un programa radial en el cual la pregunta fue: "Cuéntenos, ¿tiene usted vecinos chismosos?"

Todo un éxito. Llamada tras llamada, los participantes ponían en evidencia a sus prójimos, y de la misma manera, y fue lo que más me encantó: ¡Ellos mismos eran culpables de las acciones que delataban, pero claro, el otro es el chismoso!

En fin, cada vez que intento escribir un nuevo capítulo, me siento así. Como una vieja de patio, ¿cómo decir que no ando en chismes cuando no pierdo detalle en cada relato? En fin, había alguien que había hecho de esto un arte, mejor dicho, un negocio. No que ganara dinero por chismear, pero esa "sodita" era un gran partido. Se ganaba su dinero vendiendo sus ravioles, tacos y demás frituras, a la vez que ese gran mostrador le permitía estar observando lo que pasaba en la alameda con gran claridad y con un buen pretexto, pues tenía que atender a las personas y mientras el calor y la grasa hacían su parte, ella hacía la suya, indagando, fomentando las relaciones como parte del servicio al cliente.

Se hizo muy evidente que la intención de la soda era más que el aumento del colesterol, y la verdad, las tortillitas no le quedaban muy bien. Finalmente pagó el precio por no satisfacer con sus productos y no queda ni el recuerdo de ese negocio, como muchos otros que han desaparecido, pero opciones siempre hay para darle un gusto al paladar, tanto con lo que entra, como con lo que sale de nuestra boca.

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