26 noviembre, 2011

De servo arbitrio



Hace unas semanas se me preguntó sobre el libre albedrío, al considerar la respuesta que redacté decidí eventualmente compartirla por este medio, aunque pensaba que ya lo había hecho antes, pero directamente solo encontré una entrada de hace más de dos años.

Además, un evento esta semana me terminó de convencer para hacerlo. En dicha reunión, aunque el motivo era otro, se dijo literalmente que lo que se discutía tenía si acaso 500 años de debatirse (acerca de la Reforma, Calvinismo y el Arminianismo), y lo que es más, no se ha podido resolver.

La afirmación, errónea como es, refleja el desconocimiento histórico, que nos dirige a otra pregunta: ¿por qué si el tema no es nuevo, la controversia no se ha resuelto?

La tensión entre la soberanía de Dios y el libre albedrío es otro ejemplo. Sin duda no es un tema reciente ni mucho menos de apenas unos 500 años. La hallamos desde las primeras páginas de la Biblia: Un Dios Creador que ordena y un hombre y una mujer que deciden desobedecer.


Sin embargo, uno de los momentos históricos asociados por excelencia con este debate es el que se da entre Agustín de Hipona y Pelagio, tomando como refencias las oraciones de Agustín:

"Oh Dios, ordena lo que quieras y cóncedeme hacer lo que ordenas"

"Manda y ordena lo que quieras, pero limpia mis oídos para que escuchen tu voz"

Desde entonces, ¿qué pasa? El cristianismo ortodoxo afirmará Dios es soberano, Él hace como quiere, tiene dominio sobre la creación y nada escapará de los propósitos que ha determinado. El punto de partida se da con el intento de reconciliar esto con las decisiones que tomamos, defendiendo que no somos simples títeres, pero en ese intento, pareciera como la voluntad humana es una excepción a la declaración.

Pero antes, ¿qué queremos decir por libre albedrío y por qué el dilema?

La palabra "albedrío" no está en la Biblia (no al menos en la popular versión de Reina Valera), pero esto a veces no dice mucho. En ocasiones usamos palabras que resumen una enseñanza aunque no sean los términos usados en la Escritura para describir a ésta.

Sin embargo, si fuera por sinónimos, hay una muy cercana y es la palabra "arbitrio" (de hecho comparten la misma raíz latina). Tomemos como ejemplo Números 24.13 y Daniel 11.7

No obstante, hay otra palabra y es con la que inicia el capítulo en la Confesión Bautista de Fe de 1689, la cual también usamos como sinónimo del albedrío y es: voluntad.

Parte del dilema viene por el uso de "libre" en la expresión. En inglés y español se evidencia porque sin el "libre" hablamos de voluntad (will), pero con el "libre" quiere reforzar esa idea de toma decisiones ajenas de cualqueir agente o coerción alguna. Es curioso que Martín Lutero escribió sobre la La Esclavitud de la voluntad (título original: De Servo arbitrio, en inglés: The Bondage of the Will) mientras que Jonathan Edwards, uno de los más prominentes teólogos, escribió sobre la Libertad de la voluntad (Freedom of the Will) y ambos, ¡¡tienen razón!!

La Confesión define acerca del libre albedrío:

"Dios ha dotado a la voluntad del hombre con aquella libertad natural, que no es forzada ni determinada hacia el bien o hacia el mal, por ninguna necesidad absoluta de la naturaleza".

Es decir, mi cuerpo en un sentido no está inclinado ni a lo bueno ni lo malo. Con mi brazo puedo ayudar y con mi brazo puedo destruir. No le echamos la culpa a nuestros brazos por lo que hacen. El punto es que naturalmente, mis habilidades físicas pueden hacer tanto lo uno como lo otro.

La Biblia enseña que antes de la caída, Adán y Eva podían escoger hacer el bien o el mal con total libertad. Esto es lo que muchos entienden por libre albedrío, que puedo hacer lo agradable delante de Dios y puedo pecar, sin ser forzado a lo uno o a lo otro, pero como dice la Confesión, (siguiendo la enseñanza de la Biblia) se cayó de ese estado. ¿Qué pasó en la caída entonces? El término "libre" ya no se puede entender como antes de que pecaran.

El pecado vino a corromper la naturaleza humana, de manera que nuestro ser ahora se inclina al pecado, pero a la vez, no quiere decir que no tengamos voluntad. Tenemos voluntad, decidimos cada día y a cada momento, decido dónde sentarme, qué palabras escogo para expresarme, si hago esto o aquello, pero cada quien hace según su naturaleza. De la abundancia del corazón habla la boca. Nuestro ser entonces, escoge según la inclinación más fuerte de su corazón. Entiéndase nuestro corazón, esa parte del alma más vinculado con lo que sentimos y queremos.

Pecamos porque somos pecadores, no es al revés. Un buitre come carroña porque es lo que le gusta, si le ponemos una rica ensalada no la comerá. Nosotros no queremos ni podemos agradar a Dios porque no es nuestra naturaleza.

El verdadero fondo de toda esta discusión porque la pregunta crucial al final es: ¿escogemos o decidimos creer en Dios? Sí, claro que sí, PERO y este PERO es la gran diferencia con la mayoría de la corriente evangélica, PERO antes nuestro ser debe ser cambiado, nuestro corazón de piedra debe ser cambiado por uno de carne, debemos ser resucitados porque estamos muertos en delitos y pecados, debemos pasar de ser ciegos en tinieblas a que Dios mande que resplandezca la luz.

En resumen, debemos ser regenerados. Primero un cambio de corazón, luego la fe. No al revés. Y entonces sí, con un cambio de corazón, podemos apreciar a Cristo y recibirle por medio de la fe.

Nadie busca a Dios. El día que creímos el Evangelio fue porque nuestros oídos fueron abiertos. Por eso afirmamos que nuestra decisión no nos salva, porque antes de creer y decidir ya habíamos sido cambiados. Nuestro creer no obligó a Dios a cambiarnos.

Con la vaguedad en el uso de las palabras, lo que podríamos hacer al hablar con las personas es enfatizar que sí, tenemos un albedrío, pero hacerles ver que no es tan libre como piensan.

Nada malo hay en decir "libre albedrío" pero tenemos otras expresiones como una "voluntad corrompida" o solo "voluntad" para evitar que las personas crean que estamos hablando de lo mismo, cuando en realidad, entendemos algo muy distinto cuando se trata sobre nuestras decisiones y en particular, esa llamada "decisión de fe".

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